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HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Seminario optativo de la Maestría en Educación Universitaria

19 mayo, 2009

HEREJÍA ALBIGENSE

Figura (tomada de Wikipedia): Una pintura describe la historia de una disputa entre Santo Domingo y los cátaros, en los que los libros de ambos fueron sometidos a una prueba de fuego, y los de Santo Domingo fueron milagrosamente preservados de las llamas (milagro de Fanjeaux). 

El catarismo es la doctrina de los cátaros (o albigenses), un movimiento religioso de carácter que se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, logrando asentarse hacia el siglo XIII en tierras de Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón.

Era un movimiento religioso-cultural, propulsor de un nuevo orden social a partir del ascetismo. Con influencias del maniqueísmo, del gnosticismo, y del neoplatonismo residual, entre otros movimientos, proponía una dualidad creadora Dios y Satanás. Los cátaros se caracterizaban por una teología dual, basada en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en conflicto, uno espiritual creado por Dios y el otro material forjado por Satanás. El mundo había sido creado por una deidad diabólica conocida por los gnósticos como el Demiurgo. Los cátaros identificaron al Demiurgo con el ser al que los cristianos denominaban Satán. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no habían hecho esta identificación, probablemente porque el concepto del diablo no era popular en aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular durante la Edad Media.

Según la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y almas. El mundo material, el mal, las guerras y la Iglesia Católica, con su realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era una herramienta de corrupción.

Decían que Jesús había sido una aparición que mostró el camino a Dios. Pero no era posible que un Dios bueno (de naturaleza espiritual) se hubiese reencarnado en forma material, ya que todos los objetos materiales estaban contaminados por el pecado. Esta creencia específica se denominaba docetismo. Más aún, creían que el Dios Bíblico Yahvé era en verdad el diablo, ya que había creado el mundo. Su carácter diabólico se mostraba también en sus cualidades («celoso», «vengativo», «de sangre») y a sus actividades como «Dios de la Guerra». Negando así toda veracidad del antiguo testamento.

La Iglesia consideró sus doctrinas como heréticas. Tras una tentativa misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense. Los cátaros fueron combatidos de todas las maneras posibles y disponibles en la época. Desde órdenes del Papa, decisiones políticas del rey de Francia contra las autoridades locales, que pertenecían a la nobleza, pero no respondían al centralismo eclesiástico ni al temporal del Rey. El monje Castelnau, legado papal conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó al lugar excomulgando al conde de Toulouse (Tolosa), Raimundo VI (1207) como cómplice de la herejía. El legado fue asesinado por un escudero de Raimundo de Tolosa, lo que fue el detonante que comenzó la cruzada contra los albigenses. Hubo prohibiciones, batallas, expropiaciones de tierras, ejecuciones, deportaciones masivas, pero nada había extinguido la herejía. La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente la herejía. Operando en el sur de Tolosa, Albí, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV, tuvo éxito en la erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montsegur de fue asediada por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona.

En 1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat dels cremats (prado de los quemados) junto al pie del castillo. Más aún, el Santo Padre (mediante el Concilio de Narbona en 1235 y la Bula Ad extirpanda de 1252) decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros. A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad.