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HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Seminario optativo de la Maestría en Educación Universitaria
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14 febrero, 2011

Pericles: Oración fúnebre


Oración funeral de Pericles. Famoso discurso fúnebre que llega hasta nuestros días a través de Tucidides en su “Historia de la Guerra del Peloponeso” en donde narra su versión de la larga guerra entre Atenas y Esparta, la cual puso fin al predominio político y naval ateniense, culminando al final del siglo V a.C. El momento de la oración de Pericles está fechado por Tucidides un año después del comienzo de la guerra, cuando los atenienses celebran en forma solemne un funeral simbólico de todos los caídos hasta ese momento. El contenido del discurso es un retrato idealizado de la democracia ateniense. Los atenienses siguieron con estos funerales durante el transcurso de toda la guerra. Se presume que Tucidides redactó este pasaje cuando Atenas ya había sufrido la derrota final. El discurso enfatiza el poder de la ciudad y la libertad de que gozan los ciudadanos, quienes a su vez viven con un profundo respeto por el imperio de la ley. Sin embargo, Tucidides muestra cómo la peste afectó en lo más profundo el temple moral de la ciudad llevando a una situación de extrema anomia. Popper, en “La sociedad abierta y sus enemigos” afirma que Tucidides simpatizaba con los espartanos (pag 279), al igual que la aristocracia ateniense y el mismo Platón, contrarios a las ideas democráticas y más proclives al gobierno de ‘los mejores’. Popper opone los ideales democráticos de Pericles con las ideas aristocráticas y proclives a la dictadura de Platón. Lamentablemente, la única fuente que desarrolla el discurso completo es la obra de Tucidides, por otra parte un reconocido historiador, aunque no sabemos si ha reconstruido con fidelidad el discurso de Pericles.
Dice Tucidides
“En el mismo invierno los atenienses, siguiendo la costumbre tradicional, organizaron públicamente las ceremonias fúnebres de los primeros que habían muerto en esta guerra, de la siguiente manera: montan una tienda y exponen los huesos de los difuntos tres días antes del entierro, y cada uno lleva a su deudo la ofrenda que desea. Y cuando tiene lugar la conducción de cadáveres, unos carros transportan los féretros de ciprés, cada uno de una tribu y en su interior se hallan los huesos de los pertenecientes a cada una de las tribus. Se transporta también un féretro vacío preparado en honor de los desaparecidos que no fueron hallados al recuperar los cadáveres. Acompaña al cortejo el ciudadano o extranjero que quiere, y las mujeres de la familia quedan llorando sobre la tumba. Los depositan, pues, en el cementerio público que está en el más hermoso barrio de la ciudad, que es donde siempre dan sepultura a los que han muerto por la ciudad, excepción hecha de los que murieron en Maratón, pues a éstos, al considerar la brillantez de su valor, los enterraron allí mismo”.
Y después que los cubren de tierra, un hombre elegido por la ciudad, el que por su inteligencia no parezca ser un necio y destaque en la estimación pública, pronuncia en honor de éstos el pertinente elogio, tras lo cual se marchan todos. Este es el modo como los entierran. Durante el transcurso de toda la guerra seguían esta costumbre cada vez que la ocasión se les presentaba. Así pues, para hablar en honor de estos primeros muertos fue elegido Pericles, hijo de Jantipo. Llegado el momento, se adelantó desde el sepulcro hacia una alta tribuna que se había erigido a fin de que pudiera hacerse oír ante tan gran muchedumbre .
El discurso, con comentarios preliminares de Antonio Arbea, puede encontrarse en:
Clásicas de la Universidad Católica de Chile.

Figura:
Oración funeraria de Pericles, Cuadro de Philipp von Foltz Tomado de


04 octubre, 2007

Mayorías y minorías en democracia

Chinchilla Herrera, Tulio Elí: Legado del Saber 14. La mayoría no existe. Reglas cuantitativas de la democracia
Este texto ha sido extractado del sitio http://bicentenario.udea.edu.co/leg14-01.html. Se aconseja a los interesados en profundizar el tema, remitirse al trabajo original de Tulio Chinchilla.

La democracia madisoniana se opone, según algunos autores, a la democracia mayoritaria.

Desde mediados del siglo XIX el concepto de mayorías y minorías ha venido dando un vuelco valorativo radical: la revalorización y hasta sacralización de las minorías, no ya las oligárquica y odiosas, sino las que, en razón del tamaño modesto y su condición oprimida, entrañan valor ético-político. Frente a una mayoría tantas veces ignorante —y por ello mismo proclive a la intolerancia—, ciertas minorías se consagran como reserva moral, portadoras de una legitimidad propia, capaces de lucidez cuando el rebaño embiste.En la ciencia política estadounidense la expresión ‘democracia madisoniana’ recuerda que la democracia no se define como el poder omnímodo de la mayoría, sino como el compromiso constitucional y cultural con la garantía de los derechos intangibles de las minorías, lo cual implica un conjunto de limitaciones institucionales y sociales a la soberanía mayoritaria. James Madison en El Federalista había precursado esta nueva visión al señalar que tan peligrosa para la república es la minoría detentadora del poder, como la mayoría que lo ejerce sin límites constitucionales sobre la minoría (tiranía de la mayoría). En una república no sólo es de gran importancia asegurar a la sociedad contra la opresión de sus gobernantes, sino proteger a una parte de la población contra las injusticias de la otra. Si una mayoría se une por obra de su interés común, los derechos de las minorías estarán en peligro. Sólo hay dos maneras para precaverse de esos males: primero, creando en la comunidad una voluntad independiente de la mayoría, esto es, de la sociedad misma; segundo, incluyendo en la sociedad tantas categorías diferentes de ciudadanos que los proyectos injustos de la mayoría resulten no sólo muy improbables sino irrealizables.
En su obra “La democracia en América” (1835), al develar los rasgos de la naciente democracia, Alexis de Tocqueville previno contra el ilimitado “poder moral de la mayoría sobre el pensamiento”, como el mayor peligro de este sistema de gobierno: “el mayor peligro de las repúblicas americanas reside en la omnipotencia de la mayoría”. La más sugestiva versión liberal de esta tesis antimayoritaria la encontramos en John Stuart Mill (Sobre la libertad, 1861): la opinión mayoritaria de una sociedad en materia moral e intelectual carece de toda legitimidad para imponer modelos de vida virtuosa o planes de vida valiosos a los individuos. Por más soberanos que sean el poder de la mayoría y su voluntad general plasmada en la ley, no los autoriza a desconocer los ámbitos de autodeterminación personal, los espacios de conducta autorreferente (la que no toca los derechos de los demás). La mayoría, entonces, no puede llegar a negar la diversidad de las formas de vida, algo valioso y digno de protección y estímulo. Hay un derecho básico: el derecho a la diferencia. Ser mayoría no otorga por sí misma ninguna respetabilidad ética o estética ni fundamenta más derechos que el de regular, mediante ley, algunos planos de la conducta que afecta a terceros (intersubjetiva). [15]
Al amparo de esta nueva óptica, casi se tiende a identificar la democracia con los derechos de las minorías, sobre todo las religiosas, étnicas, culturales, políticas, sexuales. Su existencia es valorada positivamente, por lo que se les garantiza un campo de inviolabilidad y maniobra mediante dispositivos constitucionales “antimayoritarios” a los que se aludirá más adelante.

ORDEN CONSERVADOR: Democracia y minorías


BOTANA, Natalio R. (1985): El Orden Conservador. La Política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires: Hyspamerica, Biblioteca argentina de Historia y Política. (Resumen para uso de la cátedra. En este texto ha colaborado la alumna Analía Rossi)
Figura: Juan Bautista Alberdi (Tomada de www.larramendi.es)
Palabras claves: Botana, orden conservador, Alberdi, fórmula prescriptiva, democracia, democracia madisoniana, Madison, Tocqueville, liberalismo.

Natalio Botana encabeza una conocida familia conservadora de nuestro país, dedicada históricamente al periodismo. Interviene en el golpe de Uriburu (Ver: Irigoyen pág 368)
Hacia 1880 tres batallas sangrientas conmovieron a Bs As. Ellas son la culminación de un viejo conflicto, que se resuelve a través de la guerra. Bs As, federalizada fue Capital de la República. Poco tiempo después Julio A. Roca ascendía a la Presidencia. Treinta años más tarde Roque Sáez Peña ponía en marcha una reforma política que culminaría en 1916. El libro abarca este período. La ‘fórmula alberdiana’ tradujo en 1880 una concepción del orden político y a partir de una meditación crítica sobre ella se diseña la fórmula política que otorga sentido a la relación de mando y obediencia. Durante este período se produce un cambio espectacular en economía, población y cultura. Los grupos dirigentes, escépticos y conservadores en el campo político, fueron liberales y progresistas ante la sociedad que se ponía en movimiento, El liberalismo fue para ellos un sistema de convivencia deseable, que pareció compatible con una actitud resueltamente conservadora… Había que transformar el país pero desde arriba, sin tolerar que el alud migratorio arrancara de las manos patricias el poder. Su propósito fue desde entonces deslindar lo político de lo económico, acentuando en este último campo el espíritu renovador en tanto se contenía en el primero todo intento de evolución.
La combinación de conservadorismo y liberalismo generó actitudes muchas veces contradictorias. La élite transformadora no aprobó la existencia de un orden social sancionado por una religión establecida, pero estaba convencida de la desigualdad que imperaba en la sociedad. Le fue indiferente la arquitectura jerárquica y corporativa del antiguo régimen, pero defendió el control del poder político en manos de una clase social que se confundía con el patriciado y la aristocracia. Creyó en la propiedad. Jamás dudó del progreso y de su virtud para erradicar la sociedad tradicional. Confió en la educación pública común y gratuita para ganar la carrera que le proponía la civilización ascendente.
Se dio importancia al control de la sucesión política, imponiendo los cargos ejecutivos más altos – presidentes, gobernadores y senadores – sobre los opositores. Este fenómeno de control se concentró en la producción del sufragio mediante el fraude.
El momento alberdiano cristalizó en la autoridad de Roca. Luego ocuparían el primer plano los reformadores: Roque Sáenz Peña, Indalecio Gómez, Joaquín V. González y Pellegrini.
La reforma que se perseguía tenía límites: el más importante era la necesidad de conservar el poder.


LA REPÚBLICA POSIBLE
BOTANA, Natalio R. (1985): La república posible, en: El Orden Conservador. La Política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires: Hyspamerica, Biblioteca argentina de Historia y Política, pag 40-64

La estructura institucional de un régimen alberga una realidad más profunda: la del poder. Este haz de relaciones de control se asienta sobre una constelación de intereses y valores de distintos grupos que pretenden gobernar al resto.
Hay una operación consistente en traducir aquella madeja de intereses y valores en una creencia compartida, que haga las veces de norma habitual para regular las relaciones de poder. Esa operación atraviesa un camino histórico que puede dividirse en dos tramos analíticos.
Primero debe consagrarse una fórmula prescriptiva o principio de legitimidad que:
busca satisfacer ciertas ideas acerca del régimen mejor adaptado a una doctrina de la libertad o de la justicia
pretende gratificar intereses materiales reivindicados por grupos y clases sociales.

Segundo tramo: Los actores procuran traducir las fórmulas prescriptivas en:
una creencia compartida con respecto a la estructura institucional del régimen
y en un acuerdo acerca de las reglas de sucesión

De esta serie de acciones puede resultar una fórmula operativa o sistema de legitimidad que vincula las expectativas, valores e intereses de los actores con las instituciones del régimen y las reglas de sucesión. Creencia y acuerdo son dos conceptos analíticos que calificarían el proceso de legitimación al cual parecen sometidas las formas históricas de los regímenes políticos. Esta perspectiva guía este libro, con el objetivo de observar un régimen político como un orden de dominación donde algunos pueden fijar metas, elegir medios y alternativas, adjudicar recompensas y sanciones.


ALBERDI Y SU FÓRMULA PRESCRIPTIVA


BOTANA, Natalio R. (1985): Ibídem, en “El orden conservador”, Biblioteca Argentina de Historia y Política, Bs.As.: Ed. Hyspamérica, pp 42-49 (Resumen: Analía Leila Rossi, supervisado por la cátedra)

Desde la independencia, los criollos que asumieron la conducción de las antiguas colonias españolas enfrentaron la grave contradicción entre el principio de legitimidad de la monarquía hereditaria y el principio de legitimidad de la república electiva. Al quebrarse los vínculos con la corona española los grupos dirigentes asumieron la tarea de construir una legitimidad de reemplazo. Las clases y grupos dominantes tenían un gran problema, ya que la caída del poder colonial, la carencia de fórmulas de reemplazo podía conducir a la anarquía o a la disolución política, lo que implicaba el ocaso de su poder y prestigio.
Juan Bautista Alberdi fue el autor de una fórmula prescriptiva que gozó del beneficio de alcanzar una traducción institucional sancionada por el Congreso Constituyente en 1853. Lo significativo de esta fórmula fue su perdurabilidad sobre las vicisitudes de la guerra interna entre Bs. As. y la Confederación, las impugnaciones posteriores provenientes de muchas provincias del interior y la resistencia de la misma.
Esta fórmula prescriptiva tiene la particularidad de justificar un régimen político en cuanto hace al origen del poder y a su programa futuro. Alberdi sostuvo que los argentinos debían darse una constitución para realizar un determinado proyecto. Este programa se proyecta sobre campos de acción específicos como: la inmigración, la construcción de ferrocarriles y canales navegables, la colonización de tierras de propiedad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas industrias, la importación de capitales extranjeros y la exploración de los ríos interiores. Para alcanzar estos fines Alberdi tuvo la intención de provocar un trasplante cultural. Rechazó una cultura tradicional, la cultura hispánica que impide el cambio y la innovación y opta por el modelo de aquellos países europeos que ya se hallaban en trance de edificar una sociedad industrial que libere al hombre de la servidumbre de la naturaleza. Un cambio de tal envergadura no puede llevarse a cabo si no es inyectando desde afuera, en una cultura –según él históricamente terminada – nuevos fermentos de población y de riqueza que sean portadores de esos valores.
La población es el agente privilegiado del cambio cultural, pero no es el único. El ferrocarril y el vapor, las industrias y los capitales, que se han desarrollado y acumulado en otras naciones, son los agentes complementarios e imprescindibles.

El medio seleccionado para alcanzar estas metas es el régimen político. La elección de los gobernantes y las garantías otorgadas a los gobernados procuran conciliar los valores igualitarios de una república abierta a todos, con los valores jerárquicos de una república restrictiva, circunscripta a unos pocos. Esta fórmula se funda en una capacidad de decisión dominante para el poder político central; otorga el ejercicio del gobierno a una minoría privilegiada; limita la participación política del resto de la población; y asegura a todos los habitantes, sin distinción de nacionalidad, el máximo de garantías en orden a su actividad civil.
A Alberdi lo preocupaba organizar un poder central, fuerte para controlar los poderes locales y suficientemente flexible para incorporar a los antiguos gobernadores de provincia a una unidad política más vasta. La fusión entre dos tendencias contradictorias en la historia nacional, la centralización y la descentralización, pone sobre el tapete la idea que se forjaba Alberdi de la organización federal, pragmática.
No hay una ruptura definitiva con un orden tradicional, esto vendrá después cuando la población nueva, la industria y la riqueza, den por tierra a la cultura antigua. Mientras tanto, emergerá un papel político inédito que habrá de integrar lo nuevo y lo viejo: el control racional de la ley y los símbolos de dominio y soberanía quebrados desde los tiempos de la independencia.
En la fórmula alberdiana el presidente materializa el poder central, pero no detenta todo el poder ni tampoco ejerce un dominio irresponsable sobre la sociedad. El gobierno responsable deriva de la legitimidad del presidente investido por una constitución.
Es una mejora que la severidad sea ejercida por la constitución y no por la voluntad de un hombre. El gobernante elegido por el voto del país debe ser respetado como a la persona pública del Presidente de la Nación, porque el respeto al presidente no es más que el respeto a la constitución.
La constitución de la Federación Argentina tiene por objeto establecer una república no tiránica. Impedir la tiranía es la finalidad básica del gobierno republicano. Es preciso prevenir la tendencia a la corrupción y encuadrar dentro de los límites temporales precisos, otorgando a magistraturas diferentes la tarea de legislar, ejecutar y sancionar.
En términos prácticos el problema se expresaba así:

“¿Cómo realizar una organización constitucional que abrace y concilie las libertades de cada provincia y las prerrogativas de toda la nación y de hecho permita a los gobiernos que deben aceptarla la continuación en el mando de sus provincias?” (Bases, XVII 113)

Este argumento deja entrever una tensión entre la necesidad de encontrar una fórmula de reducción a la unidad y por otra el acuerdo que conviene establecer con aquellos que detentan posiciones de poder:

“Es preciso que el nuevo régimen contenga algo del antiguo” (Bases XXVII: 210)
Es la fusión entre dos tendencias contradictorias en la historia nacional, la centralización y la descentralización. Para Alberdi, Federación evoca un medio para alcanzar la unidad del régimen, ya que la unidad pura fracasó. De allí deriva el carácter mixto del gobierno consolidable en la unidad de un régimen, pero no indivisible (como quería el congreso de 1826) sino divisible y dividido en gobiernos provinciales. Todos limitados por la ley federal de la República.
Este gobierno mixto, que expresa el término federación, retoma rasgos esenciales trazados por la costumbre en las culturas de América del Sur. No hay ruptura definitiva con un orden tradicional; esa ruptura vendrá después, cuando la población nueva, la industria y la riqueza den por tierra con la cultura antigua. Mientras tanto, a medida que la transición se pone en marcha, es preciso reorientar las expectativas de obediencia hacia un nuevo centro de poder.
Se propone un papel político inédito que habrá de integrar lo nuevo y lo viejo: el control racional de la ley y los símbolos de dominio y soberanía. Es el papel del presidente. La figura monárquica reaparece bajo la faz republicana. Como decía Bolívar:
“Los nuevos Estados de la América antes española necesitan reyes con nombre de presidente”

La fórmula de Alberdi retoma esta idea de Bolívar. El presidente adquiere legitimidad no intrínsecamente, sino en razón del cargo, de su rol institucional.
La distinción entre el rol y el ocupante es tajante. Con ello Alberdi adecua a nuestra nación una argumentación trazada en los debates de Filadelfia, que se suele llamar ‘democracia madisoniana’ (teoría política de James Madison)[1].
Este argumento podría resumirse en la propuesta:
La constitución de la Federación Argentina tiene por objeto establecer una república no tiránica.
Impedir la tiranía es la finalidad básica del gobierno republicano. Para evitar el despotismo debe encuadrarse el gobierno dentro de límites temporales precisos y otorgar a magistraturas diferentes la tarea de legislar, ejecutar y sancionar.

Libertad política para pocos y libertad civil para todos. Alberdi defiende la forma de la representación para que la legitimidad del gobernante provenga del pueblo. Pero se trataba de un ‘pueblo chico’: los que saben elegir:
“La inteligencia y fidelidad en el ejercicio de todo poder depende de la calidad de las personas elegidas para su depósito; y la calidad de los elegidos tiene estrecha dependencia de la calidad de los electores. El sistema electoral es la llave del gobierno representativo. Elegir es discernir y deliberar. La ignorancia no discierne, busca un tribuno y toma un tirano. La miseria no delibera, se vende. Alejar el sufragio de manos de la ignorancia y de la indigencia es asegurar la pureza y acierto de su ejercicio”
Alberdi: Derecho Público Provincial, Bs As. UBA, 1956 (Botana pag 52)

Algunos están habilitados para intervenir en el gobierno; la mayoría sólo tiene derecho al ejercicio de la libertad civil.
“Repito que estoy libre del fanatismo inexperto, cuando no hipócrita, que pide libertades políticas a manos llenas para pueblos que sólo saben emplearlas en crear a sus tiranos. Pero deseo abundantísimas las libertades civiles o económicas de adquirir, enajenar, trabajar, navegar, comerciar, transitar y ejercer toda industria, porque veo en nuestro pueblo la aptitud conveniente para practicarlas. Son practicables, porque son accesibles al extranjero que trae su inteligencia; y son las más fecundas, porque son las llamadas a poblar, enriquecer y civilizar a estos países”
J.B. Alberdi: Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina, (Botana, pág. 52)
La fórmula alberdiana prescribe la coexistencia de dos tipos de república federativa: la república abierta y la república restrictiva. La primera estaría regida por la libertad civil, aunque no controla sus actos de gobierno ni interviene en la designación de los gobernantes. La república restrictiva es el trasfondo de un núcleo político capacitado para hacer gobierno y ejercer control, un espacio cuyos miembros se controlan a sí mismos y a la vez controlan el contorno.

Alberdi y Tocqueville: la libertad frente al riesgo de la igualdad
Es la vieja distinción entre habitante y ciudadano que desde los tiempos de Rousseau interrogaba al pensamiento político. Los que procuraron fundar Estados después de las revoluciones de Francia y EEUU advertían que el reino de la libertad política y económica podía sufrir la erosión de un movimiento súbito e irresistible: el movimiento de la igualdad.
Alberdi no prestó suficiente atención a este fenómeno, pero realizó una tajante división entre habitante y ciudadano.
Otros pensadores, que también provenían del tronco conservador, se percataron que todo el edificio republicano podía temblar en sus cimientos a medida que un aumento histórico de la igualdad social diera por tierra con las antiguas distinciones entre ciudadano y habitante. Esta realidad emergente fue la que deslumbró a Alexis de Tocqueville. [2]
Tocqueville sostiene que la democracia equivale a la igualdad, no significando como tal un régimen político sino un estado de naturaleza social que anuncia el ocaso de la dominación aristocrática, por lo que le produce miedo. En la introducción de ‘La democracia en América’ dice que el libro ha sido escrito bajo la impresión de una especie de terror religioso producido … al vislumbrar esta revolución irresistible que camina desde hace tantos siglos, a través de todos los obstáculos, y que se ve aún hoy avanzar en medio de las ruinas que ha causado” (p 56)
En una sociedad igualitaria la libertad corre grave peligro de desaparecer pues la realidad que se impone es la de un Estado que tiene que lidiar con individuos o grupos. Para Tocqueville hay 3 medidas que permitirían preservar la libertad en una sociedad igualitaria: descentralización federal, asociación voluntaria y moderación electoral (voto indirecto).
La diferencia entre Alberdi y Tocqueville es que el primero excluye muchos ciudadanos de la libertad política, mientras que Tocqueville los separa de la decisión directa de elegir: el sufragio indirecto es un sistema electoral que robustece la calidad de los gobernantes.
Tocqueville descubre que las instituciones políticas y la sociedad igualitaria permanecían en una crítica confrontación. Alberdi instala las instituciones sobre una severa distinción de rangos: votarán los de arriba, los educados y los ricos, no los ignorantes y los pobres. El acto de representación exige prudencia y sabiduría y plantea un dilema: o se universaliza la ciencia y el arte del gobierno o bien, mientras tanto, la responsabilidad de manejar la suerte de todos, debe quedar en un pequeño número de privilegiados.


[1] Democracia madisoniana. Es aquélla que se define por el respeto de las minorías. Es una democracia que no se define como el poder omnímodo de la mayoría, sino como el compromiso constitucional y cultural con la garantía de los derechos intangibles de las minorías, lo cual implica un conjunto de limitaciones institucionales y sociales a la soberanía mayoritaria. James Madison había señalado que tan peligrosa para la república es la minoría detentadora del poder, como la mayoría que lo ejerce sin límites. (ver Chinchilla)


[2] Alexis de Tocqueville, en la misma línea que otros pensadores liberales, prevenía contra el ilimitado “poder moral de la mayoría sobre el pensamiento”, como el mayor peligro de este sistema de gobierno: [13]“el mayor peligro de las repúblicas americanas reside en la omnipotencia de la mayoría”.