Tomo II, capítulo V, pp 197-245.
Comienzos de la controversia
Disputa sobre AristótelesEn la segunda mitad del siglo XIII, las universidades europeas, especialmente las controladas por el papado, se vieron envueltas en una violenta disputa. El centro era París, donde se discute el derecho a enseñar las nuevas ideas de Aristóteles recién conocidas. Según algunos, entre ellas la metafísica y la filosofía natural eran heréticas. La aceptación directa equivalía a dar por tierra con la base metafísica agustiniana, mermando la autoridad de la iglesia y dando pie a una explicación naturalista y racional del universo. La controversia se llamó escolástica por haberse desarrollado en las escuelas y por hombres de escuela.
Frente a diferentes desafíos a la Iglesia por parte de las autoridades del imperio, era imperativo para aquélla entenderse con la universidad. Para ello debía alentar a sus elementos conservadores y brindarles acceso al poder político. El debate sobre Aristóteles ponía en juego el futuro de la Iglesia.
Órdenes mendicantes
Franciscanos y dominicos (pag 199)
La Iglesia influía directamente en la universidad de París. Nominalmente sujeta al obispo, los maestros de teología eran ortodoxos que se oponían al clero secular de la facultad de artes. En la facultad de teología los maestros seculares habían sido reemplazados por franciscanos y dominicos, ortodoxos militantes. Estas órdenes tuvieron su origen durante el período turbulento de las herejías valdense y albigense, en los primeros años del siglo XIII; Los dominicos en particular nacieron para oponerse con el problema cátaro. Las órdenes se convirtieron por su austeridad y pobreza en herederas de las reformas monásticas de Cluny (siglo X) y Claraval (XI).
Las órdenes ocuparon un lugar importante en la Iglesia y se interesaron particularmente por la educación. Acabaron dominando la universidad de París.
Francisco de Asís con sus seguidores trataron de llevar una vida comunitaria semirrecluída y ascética, designándose a sí mismos como frailes menores (frater= hermano). Su regla fue aprobada por Inocencio III en 1210. No les interesaba demasiado el trabajo. Con respecto a la educación lo que llama la atención es que las propias reglas prescribían no dar instrucción a los ignorantes, sino que dirigieran sus esfuerzos a poseer el espíritu de Dios. Pero las necesidades de los tiempos acabaron por provocar una división, en cuanto un grupo de ellos (los conventuales) reconocieron la necesidad del estudio y las actividades intelectuales, contra el grupo espiritual, que pretendía seguir la regla al pie de la letra. Los conventuales fundaron escuelas donde podían llevarse a cabo estudios completos de artes liberales. De sus aulas salieron Juan de Fidanza (llamado Buenaventura) y Roger Bacon, ambos plenamente en el siglo XIII.
Domingo de Guzmán era castellano. Conoció a los albigenses y creyó en sinceridad, así como en la necesidad de convertirlos por la persuasión y no por la fuerza. Fundó la orden de los predicadores (Fratres Praedicatores) cuya misión sería viajar predicando la ortodoxia, haciéndolo con el ejemplo.
Abrazaron el ideal de pobreza, pero la humildad no fue su característica. Reforzaron su capacidad de persuasión con estudios de elocuencia, manifestando una marcada predilección por los debates teológicos e intelectuales de todo tipo, llegando a convertirse en el ala militante de la Iglesia desde el punto de vista intelectual.
Los dominicos fundaron sus propias escuelas que enseñaban las artes liberales. Algunas llegaron a tener gran nivel, como la de Colonia, donde enseñó Alberto Magno (1206?- 1280); pero eran conservadoras y no aportaron nuevas ideas a la educación. Los dominicos, empero, hicieron valer su influjo intelectual en las universidades, con el caso paradigmático de Tomás.
Dominicos y franciscanos terminarán controlando la educación en las facultades de artes y teología, respectivamente, de la universidad de París. A ellos se debió la controversia escolástica que enfrentaba a el neoplatonismo agustiniano con el aristotelismo cristiano.
La gran controversia (pág. 203)
La controversia se había venido gestando durante todo el siglo. Cuando estalla lo hace en medios institucionales, es decir en la universidad, donde se disponía de una metodología altamente perfeccionada: las técnicas del debate y la disputa, desarrolladas durante los siglos XI y XII, brillantemente usadas por los eruditos del siglo XIII.
Conceptualmente Occidente se había enriquecido. La introducción del corpus Aristotelicum, los toques islámicos que hacen familiar el método del kalam, es decir el uso de la razón y conocimientos profanos para llegar a comprender los problemas de la fe. De esta manera se origina una especie de kalam cristiano, el escolasticismo o escolástica
[1]. Fue una respuesta a la necesidad de explicar a fondo la metafísica del universo y sus relaciones con el hombre. En otras palabras: la naturaleza de Dios, la misión del hombre y el mejor modo como éste podía cumplirla.
En el siglo XIII los universitarios, especialmente en París – capital intelectual de la cristiandad de Occidente – se proponen llegar hasta el fondo de la cuestión, usando todos los recursos a su alcance, incluyendo lo que el islam y Bizancio podían aportar. Ciertas líneas de investigación iniciadas a modo de ensayo en las escuelas catedralicias tomaron cuerpo en las universidades, que intentaron conciliar conocimientos de fuentes diversas y contradictorias, para formar un todo coherente y racional como parte de una cosmología universal.
En el seno de la Iglesia habían surgido dos fuentes potenciales de herejía: las obras islámicas y los movimientos populares de reforma eclesiástica, en especial los cátaros, que se extendieron rápidamente por el sur de Francia. Los valdenses y albigenses fueron aniquilados por medios directos, pero el problema de la universidad con sus discusiones teóricas también preocupaba y requería una acción más sutil. Las nuevas órdenes aparecieron como efectivas para defender la ortodoxia, aunque los dominicos generaron un nuevo tipo de ortodoxia.
El foco central de la controversia escolástica estuvo en París, donde los profesores se dividieron según sus opiniones. Unos se mantenían fieles a las doctrinas neoplatónicas de Agustín, y otros adherían a las de Aristóteles, tal como la transmitían los musulmanes. Sus respectivos métodos se hallaban relacionados con dos modos de operar con la razón: procediendo de causa a efecto, es decir a priori, o bien de efecto a causa, a posteriori.
El neoplatonismo, que representaba la facción conservadora, identificaba el infinito de Platón con Dios y veía en la razón un medio para deducir la verdad, una vez aceptado previamente en su base el orden de cosas impuesto por la fe. Los aristotélicos, por su parte, favorecían generalmente – aunque no universalmente – los argumentos a posteriori. A partir de la experiencia humana del mundo, es decir, de los efectos, la razón puede remontarse a las esfera de las causas llegando incluso hasta la causa primera, o sea a la Verdad, garantizando la existencia de Dios por inducción. De esta manera la búsqueda de la verdad no se ve siempre impedida por prudencia u ortodoxia. Los aristotélicos insistían en que la experiencia humana debía ser el punto de partida de toda investigación; aceptaban las obras controvertidas de Aristóteles como la Metafísica – que estuvo prohibida por el papa – y los comentarios musulmanes igualmente anatematizados.
La Iglesia tardó en reconocer el peligro de esas obras. En 1210 un grupo de obispos, con el de París a la cabeza publican un decreto:
“Ni los libros de Aristóteles sobre filosofía natural ni sus comentarios se leerán en París, ya en público o en secreto, lo que prohibimos bajo pena de excomunión” (según Bowen la palabra leer se refiere a explicar dichos libros en las clases) 206
En 1232 se dio a la inquisición, que llevaba siglos de existencia, un carácter más oficial y se encargó a ella el examen de las obras. Los frailes mendicantes, en calidad de maestros de teología constituían la mayoría de los miembros de la inquisición, convirtiéndose en adversarios potenciales de los maestros de artes, pertenecientes al clero secular. A pesar de condenarse y prohibirse 10 proposiciones, los maestros continuaron estudiando los libros condenados, posiblemente porque en Oxford no se aplicaba la prohibición, y los teólogos ingleses como Roger Bacon y otros estuvieron en París. Los libros de Aristóteles eran estimulados por las facultades de artes, en donde enseñaban clérigos seculares.
La hostilidad entre los clérigos seculares y los mendicantes llegó a ser muy intensa. Cuando las facultades de arte y teología fueron separadas por la corporación de maestros de París, los dominicos y franciscanos quedaron únicamente en la facultad de teología, mientras que los seculares solamente en la de artes. El programa de éste, con su insistencia en Aristóteles, fue probablemente una manera de afirmar su independencia.
Hubo interesantes movimientos y paulatinos cambios de posición de los contrincantes. El franciscano Juan de Fidanza o Buenaventura, que fue llamado para convencer a los aristotélicos, en su contacto con las ideas de éste modifica su posición, pasando a un aristotelismo agustiniano, encabezando un enérgico ataque contra los que defendían demasiado a la razón. Entre éstos se encontraban Tomás de Aquino y Siger de Bravante. Se produjeron divisiones al interior de las órdenes y de la facultad. En general los franciscanos defendían el agustianismo, mientras que los dominicos se mostraban partidarios del aristotelismo. Estamos en 1267.
Tomás de Aquino. La síntesis escolástica pág 211
Aristóteles no podía eliminarse fácilmente. Los frailes mendicantes, como adelantados del papado y la ortodoxia, se esforzaron en comprender y solucionar el problema. Tomás fue enviado a París para combatir las herejías del averroísmo latino, que Siger aparentemente defendía.
El conjunto de sus escritos constituyen una gran síntesis teológica sistemática, filosóficamente elaborada y exhaustiva. Por primera vez en la historia de la cristiandad un teólogo trata de armonizar plenamente la experiencia sensorial con la inteligencia y los requerimientos de la fe. La existencia de un mundo externamente real y fijo, tal como la presentaban Averroes y Maimónides, era un axioma fundamental, a partir del cual elaboró su teología. En muchos pasajes sus obras revelan y ocasionalmente reconocen explícitamente, el influjo de Avicena, Averroes y Maimónides. Tomás se desligaba de un siglo de platonismo cristiano.
No sólo el mundo exterior es real, sino que puede ser conocido por la mente humana. Ésta se halla adaptada para conocer el mundo y posee una capacidad de abstracción. El mundo exterior, su ordenada objetividad, transmitido por los sentidos a la inteligencia, queda allí grabado como en una tablilla virgen. Tomás, lo mismo que los comentaristas musulmanes, aceptaba la división aristotélica en intelecto pasivo que recibe experiencias y otro activo que es el agente de toda comprensión y acción: es en éste donde surge el error de resultas de una interpretación inadecuada. Tanto el error como la verdad se sitúan en el intelecto activo. A sí Tomás refutaba la idea agustiniana y platónica de que el mundo era ilusorio y que los sentidos son fuente de error.
Pero evitó afirmar que el mismo mundo exterior se identifica con la verdad. Todo objeto individual es contingente y no es necesario para que exista el concepto o la especia. La realidad en su forma última existe en las esencias. Sin embargo, al ser la aprehensión humana de la verdad totalmente dependiente de la experiencia de objetos individuales, el intelecto del hombre es también accidental. La existencia externa es independiente del individuo; la verdad última tiene que residir en un intelecto permanente, divino, que la mantiene. Dicho mantenimiento implica causalidad.
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El sistema tomístico linda con una ideología totalmente determinista. En realidad difiere muy poco, en sus rasgos fundamentales, de Averroes. Para evitar la censura de la Iglesia, e incorporar al mismo tiempo los dogmas esenciales de la fe cristiana, afirma la relativa libertad del individuo, dejando lugar a una voluntad libre y de ahí a una esfera moral, y asimismo admitir la existencia de la creación. Averroes negaba la creación y la cesación, en cuanto el universo se hallaba en proceso de continua creación por emanaciones y de una correspondiente degeneración. Todos los hombres son informados por un único intelecto activo. Tomás repudia esta herejía es un texto llamado ‘De la unidad del intelecto’. En este texto establece que la revelación es nuestra guía última, sus prescripciones son inaccesibles a la razón e indemostrables. Los elementos básicos del dogma: creación, libertad de la voluntad, inmortalidad del alma, son todos ellos axiomáticos. Junto a la libre voluntad, la inteligencia activa independiente. Ella obliga a preguntarse por la causa, una motivación divina para la creación. Esa causa es el amor, lo único que determina la actuación de Dios. Pero la inteligencia del hombre es incapaz de penetrar los misterios del intelecto absoluto. Las preguntas de su intelecto contingente nunca serán totalmente satisfechas. El misterio último de lo divino, la posibilidad de errores de interpretación por parte de la inteligencia activa, y la necesidad de una opción moral de resultas del ejercicio de la voluntad, todo ello significa que la existencia humana consiste en un constante esfuerzo, de mantener una ininterrumpida actividad intelectual.
De magistro. Teoría de la educación (pág. 216)
Tomás sería el primero en cuestionar la doctrina neoplatónica de Agustín, que llevaba al rol de intermediario del maestro para favorecer reminiscencias. Como parte de las Cuestiones disputadas, publica ‘De magistro’ repitiendo un título de Agustín.
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Se dan para Tomás dos aspectos distintos en el aprendizaje. Al primero, en que la razón natural llega al entendimiento de las cosas por sus propios medios, le da el nombre de aprendizaje por descubrimiento; el segundo, en que otra persona actuando como agente coopera con la razón del que aprende, lo llama aprendizaje por instrucción.
Siguiendo en esto a Agustín reconoce que en el segundo caso, el conocimiento se transmite por mediación de palabras, que operan como signos; pero para Agustín los signos son meros estimulantes que traen las ideas a la conciencia. Tomás creía que promueven el conocimiento activamente, al estar relacionados con sus correspondientes objetos.
El conocimiento así recibido es cierto si realmente deriva de los primeros principios. Es el método de raciocinio lógico que puede tenerse como verdadero. Y la base absoluta en que se apoyan estos primeros principios es Dios. El hombre deriva su certeza del conocimiento científico solamente de Dios, que nos ha dado la luz de la razón mediante la cual conocemos dichos principios.
Antes de Tomás, ‘maestro’ estaba reservado a Dios, único que por iluminación podía informar a los hombres. Tomás modifica esto, arguyendo que se puede adquirir conocimiento a partir de los primeros principios e impartirlo a otros. Los sentidos y el intelecto son capaces de llegar a la certeza sobre fenómenos terrenos, mientras la esfera divina permanece fuera del alcance de la razón. En esta doctrina Dios queda alejado del curso de los acontecimientos. Tomás daba una respuesta a la polémica ocasionalista, si bien el reconocimiento de la razón se hacía a expensas de lo divino. La razón quedaba con menos luz que la iluminación otorgada por Dios. La reacción contra Tomás fue profunda.
Ataque a la razón (pág 219)
En una época contemporánea a Tomás, Siger de Brabante exhibe un aristotelismo aún más radical, dando validez al sistema filosófico y con independencia de la religión. Dios estaba aún más remoto que el de Tomás. El papa ordenó sendas investigaciones, que terminaron condenando diversas herejías, desde las del averroísmo, las ideas de Singer y algunas de Tomás. Singer fue sometido a la Inquisición francesa, pero huyó a la corte pontificia, que tenía fama de mayor clemencia. No fue condenado, sino solamente sometido a supervisión. No obstante, un guardia demente lo asesinó.
Frente a los ataques a las ideas de Tomás, finalmente se produjo un hecho curioso: los mismos dominicos, la orden de Tomás, una vez muerto éste, estrecharon filas a su favor, logrando que se aceptaran sus proposiciones como doctrina oficial de la Iglesia.
Ocaso de los debates escolásticos. Reacción franciscana 221
Los agustinianos siguieron oponiéndose activamente al tomismo. Dios no entra a formar parte de la teoría tomista del conocimiento; su presencia es garantizada por otras fuentes, como la revelación y la fe. Dios aparece como algo añadido. Advirtiendo esto, los franciscanos contraatacan con una nueva versión agustiniana. A esta tarea se aplicaron eruditos como en el siglo XIII Roger Bacon, y en el XIV Duns Escoto y Guillermo de Occam. No pocos escolásticos se sintieron atraídos por este movimiento, alternativa frente a las doctrinas tomistas. Bacon defiende los estudios matemáticos como camino a la verdad, Duns Escoto, un ‘realista’ como entonces se llamaba, ve la cualidad esencial del ser en relaciones permanentes y verdades necesarias que son independientes de toda experiencia o interpretación, Guillermo de Occam crea una especie de ocasionalismo cristiano. Argumenta a favor de la intuición directa como base del conocimiento, pero ese conocimiento es únicamente de objetos y acontecimientos particulares (posición ‘nominalista’). Los signos describen pero no demuestran; activan la mente pero en ellos no hay necesariamente relaciones causales. La intuición recibe una representación simbólica, que en el intelecto se transforma en un concepto. Todo conocimiento , sin embargo, es mantenido en unidad coherente por la fe.
Las ideas de Occam se consideraron como las últimas de una larga aserie de interminables debates, cada vez más amanerados y alambicados, que no despertaban ya mayor interés. Europa cambiaba, y la investigación de la verdad por el método quodlibetal de disputa era ya inadecuada. Tomás fue canonizado en el siglo XIV y dos años después la condena de sus libros fue levantada. Tomismo y escotismo continuaron utilizándose como explicaciones filosóficas alternativas de la fe cristiana; aún en la actualidad ninguna de las dos prevalece por completo sobre la otra, aunque el tomismo ha gozado siempre de un número mucho mayor de partidarios.
Fin del predominio papal 224
El siglo XIII fue de secularismo, nacionalismo y centralización crecientes, a pesar de la pretensión hegemónica de la Iglesia. En las universidades italianas, la nueva filosofía política se separa de Agustín, empezando a reconsiderar los temas de las relaciones de la Iglesia y el Estado. Guillermo de Occam escribe ‘El Diálogo’ y el mismo Dante Alighieri escribe ‘De monarchia’ donde el poder temporal de la Iglesia está cuestionado.
El mayor movimiento político del siglo XIII fue la decadencia del sacro romano imperio y el nacimiento de una poderosa monarquía en Francia, bajo el reinado de Felipe el Hermoso, fruto directo de la actividad papal. En el siglo XIV las relaciones del papa con Roma se deterioran a un punto que la Iglesia traslada su sede a Avignon en 1309. Después de menos de un siglo en el que varios papas se suceden, se produce el gran cisma de la Iglesia (1377-1417) durante el cual gobernaron la Iglesia dos papas rivales, uno desde Avignon y otro desde Roma., hasta que vuelven a unificarse en 1417. Todo ello disminuyó la autoridad papal.
Nueva rebelión. La ‘Iglesia de los elegidos’ 227
Hacia finales del siglo XIV los debates habían decaído. Ya no existía la necesidad de una cosmología global y segura y algunos intelectuales brillaban en las profesiones (juristas, etc.). Existe la posibilidad de que la falta de intelectuales se debiera a los estragos de la peste negra (1348-49), la de mayores proporciones de la historia, que mató no pocos teólogos. El académico oxfordiano John Wyclif introduce la idea de la ‘Primacía de la Biblia’, negando al mismo tiempo la autoridad de la Iglesia. Era un extremo realista (antinominalista) que lo llevaba a postular que la Iglesia y la Biblia eran imperfectas manifestaciones de las formas puras que existen en Dios. Rechazaba la institución, porque la palabra divina descansaba en los ‘elegidos’ en virtud de la gracia. Como Agustín, pensaba que la misericordia de Dios se reserva a unos pocos elegidos (predestinados) que irán al cielo. El gran cisma era prueba de la inutilidad de que hubiera un papa. Todo poder debía ejercerse por dos autoridades: una civil por el soberano y otra espiritual por la Biblia, la palabra de Dios; en ella el hombre debe esforzarse por penetrar la verdad última, con lo que deja paso a la educación. Sólo los elegidos llegarán a esa verdad suprema, pero como nadie sabe quiénes son ellos, todos están obligados a buscar la iluminación espiritual. Wyclif se propuso traducir la Biblia al inglés, lo cual estaba contra la autoridad de la iglesia que se oponía a las traducciones no autorizadas o a las interpretaciones individuales. Además, al estar todas las obras en forma manuscrita, no era fácil establecer su autenticidad. Los seguidores de Wyclif fueron llamados los ‘lardos’ (gruñones); influyeron en las ideas de Lutero.
Educación a fines de la Edad media 230
No hay demasiados documentos sobre la educación en esta época. El libro más detallado es ‘De disciplina scholarum’ del cual se desconoce el autor. Quizás destinado al público, padres y maestros, sobre múltiples aspectos de la educación, concebidos de modo abstracto. Contemporáneo del Metalogicon de Juan de Salisbury o el Didascalion de Hugo de San Víctor, pero con mayor impacto popular. En una obra escrita dos siglos más tarde ‘Elogio del clero’, también anónima, es referencia obligada. Ambos ensayos sitúan el comienzo de la edad escolar a los 7 años para el muchacho proveniente de hogares burgueses, estando prohibida la educación de los siervos y algunas clases campesinas. En ‘Elogio del clero’ se prescribe que los muchachos con algún defecto físico no deben ser investidos con la nobleza de las letras, puesto que ni ornan las cátedras profesionales ni pueden ser objeto del divino sacerdocio. Ambos textos reflejan la influencia de Quintiliano, sin nombrarlo. Se aconseja, por ejemplo, tener en cuenta las inclinaciones individuales de cada niño y cultivar la memoria y el carácter moral. Los estudios debían hacerse por etapas: una base de gramática, literatura latina y lógica elemental, seis años de estudio antes de graduarse de bachiller, licenciatura y finalmente el inceptio como maestro. La persona que llega a esta cúspide, a la vez maestro de artes y clérigo, dedicado siervo de Dios, será como ‘una paloma con alas de plata y cola de oro’.
El saber se identifica casi exclusivamente con la vida religiosa y se impartía en latín, salvo la limitada instrucción en lengua vernácula (lectura, escritura y cuentas) que ciertos gremios impartían para ejercer un oficio.
Desarrollo de las lenguas vernáculas y decadencia del latín 233
Los dos textos comentados representan una especie de idealización. Otra documentación sugiere la falta de instrucción latina en muchas áreas, con escuelas de gramática rudimentarias y con maestros no tan competentes. El latín deja de hablarse en su forma clásica entre los siglos VI y IX, dando una serie de lenguas vernáculas o ‘romances’ (derivado de romana). Los germanos retenían sus propias lenguas, que fueron influidas por el latín; también las lenguas bálticas, celtas y eslavas tuvieron esa influencia. En el siglo XI el latín ya no era la lengua de ningún pueblo, pero sí lo era de la cultura, del clero, de la diplomacia, y por lo tanto, universal. Al no pertenecer a ningún grupo étnico en particular, su evolución quedó frenada, lo cual puede ser visto como una ventaja.
Hacia el final de la Edad Media no era sorprendente encontrar aún obispos ignorantes del latín, pero parece que eran una excepción, ya que provenían de las clases más altas. De un obispo, cuando se hallaba confiriendo las sagradas órdenes, se dice que no pudo pronunciar la frase in aenigmate que tenía escrita, y dijo en francés a los que estaba cerca:
“por San Luis ¿Quién fue el payaso que escribió esta palabra?”
Los miembros del clero de niveles inferiores procedían de las clases trabajadoras, y entre ellos se daban todos los grados de cultura. ‘Pocos se hallan suficientemente experimentados para enseñar como debieran, y no puede confiárseles dicha tarea’ según un documento de la época contra los muchos abusos cometidos por un clero indolente y corrompido. A pesar de las quejas contra los sacerdotes en los niveles inferiores, sobre ellos recaía la responsabilidad de mantener escuelas y fomentar la cultura. En tal circunstancia, lo más que podía exigirse era que memorizaran lo que para ellos era una lengua extranjera, usando algún procedimiento mnemotécnico o ars memorativa, Y si ellos se dedicaban a enseñar, no podían sino exigir las cosas de la misma manera, para lo cual se usaban continuamente procedimientos de coacción física, apaleamientos y flagelación con varas.
Este reforzamiento cíclico de un absurdo sistema educativo suscitaba críticas. El papa en el siglo XIV promulgó para la orden benedictina unas constituciones que ordenaban mejorar la educación y ponía un maestro para enseñar a sus miembros.
El obispo inglés de Exeter, en el mismo siglo, se queja de los métodos de enseñanza, puesto que después de aprender de memoria el padrenuestro y otras plegarias, sin saber cómo se construyen nada de lo que han dicho, esos maestros los hacen pasar prematuramente a estudiar otros libros más avanzados de poesía o métrica.
Los resultados no reflejaban ningún saber real. Algunos obispos ya pedían que antes de enseñar de memoria las Oraciones, se les enseñase a construirlas antes de pasar a otros libros.
El latín tenía la ventaja de una gran cantidad de literatura escrita, cosa que las lenguas romances no poseían. Los caballeros y las clases cortesanas poseían sus propios romances en legua vulgar, que en sus formas más acabadas constituían las sagas nórdicas, tales como Beowulf, o los cantares de gesta, como el Mio Cid o la chançon de Roland. Pero, pese a la popularidad de estas obras, toda la enseñanza se apoyaba en el latín. Las mejoras didácticas se pensaban para enseñar mejor el latín y no para enseñar en lengua vernácula. Una excepción notable es el del escritor mallorquín Ramón Llull que escribe para la instrucción de su hijo en lengua vulgar (catalán en su caso), junto con todo un programa de educación, aunque mayormente religiosa.
Fotografía: Detalle del fresco de Andrea de Bonaiuto El Triunfo de Santo Tomás, con la imagen sentada en reposo y pensativa de Averroes, apoyado posiblemente en algún libro de Aristoteles. (Tomada de Wikipedia)