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HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Seminario optativo de la Maestría en Educación Universitaria

14 agosto, 2007

Universidad de Córdoba

BUCHBINDER, Pablo (2005): Historia de las Universidades Argentinas, Bs. As: Sudamericana. Resumen y notas por J.C. Paradiso para uso de la cátedra (Capítulo 1: La universidad de Córdoba: Desde los orígenes coloniales hasta la secularización, pp 13-40)


Universidad de Córdoba. Los orígenes



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Fig: Colegio de Montserrat (Foto Eugenia Guida)
En 1607 los jesuitas habían instalado en Córdoba un noviciado, poco después convertido en Colegio Máximo. El Papa Gregorio XV, en 1621, autorizó a todos los colegios de la Compañía de Jesús a conferir grados universitarios, siempre que estuvieran a más de 200 millas de una universidad. Dos años más tarde tiene lugar la fundación de la Universidad de ‘Córdoba del Tucumán’. Con ser la primera universidad en el futuro territorio de nuestro país, muchas otras la habían precedido en América española, a diferencia de la corona portuguesa, que había centralizado en Coimbra la conseción de títulos universitarios.
Córdoba, junto con Charcas, se encontraba entre las universidades menores o conventuales, casi colegios superiores a cargo de órdenes religiosas, con privilegios otorgados por el papa y el rey para conferir títulos. Las universidades mayores eran réplicas de la de Salamanca, como las de México o Lima.
La gran mayoría de las instituciones seguían con la idiosincracia de las universidades medievales, con estrecha vinculación con la Iglesia, con dominio de la escolástica y con el propósito de formar en Teología, Derecho y Medicina, que conformaban tres facultades de estudios superiores; la cuarta era la de Artes, que suministraba estudios preparatorios. En Córdoba sólo se daban los estudios preparatorios de Arte y la Teología.
El modelo medieval se consolidó en Castilla a través de la Universidad de Salamanca y se trasladó a América. Los estudio excluían las artes mecánicas o ciencias lucrativas, dada la valoración negativa del trabajo manual o del lucro.
La concepción medieval del conocimiento mantenía una estructura fuertemente jerárquica en la que las disciplinas estaban articuladas en un modelo que culminaba con la Teología.
Para los jesuitas el objetivo de la educación no era la realización personal sino ganar almas. Los estudios se basaban en la Ratio studiorum, documento que orientaba la actividad educativa[1]. Como se sabe, para los estudios superiores la lengua usada era el latín, que debía aprenderse previamente. Los estudios jesuíticos tenían todos los niveles, desde las primeras letras y matemáticas (invariablemente asociados con la doctrina cristiana), un segundo nivel de Humanidades – en donde entre otras cosas se enseñaba latín – y los estudios superiores llamados de Artes (en realidad Filosofía) donde se estudiaba especialmente a Aristóteles. Al final de ese curriculum, el egresado obtenía el título de licenciado y más tarde, luego de una pasantía, el de maestro. Luego podían optar por continuar Teología, donde se estudiaba sobre la Summa Teológica de Santo Tomás y a Frnacisco Suárez. El título más alto era de doctor.
Por lo general, las enseñanzas se basabanm en un reducido número de textos; los estudiantes invertían mucho tiempo en copiar las lecciones de sus maestros. Los ejercicios pedagógicos, como en todas las instituciones orientadas hacia la teologia, se organizaban en torno a dos grandes prácticas: la lectura y la disputa. Ambas eran consideradas útiles para la formación como para el descubrimiento de la verdad y estaban en el centro de los procedimientos escolásticos de aprendizaje. La lectio consistía, básicamente, en el proceso de adquisición del conocimiento a través de los textos que el maestro leía y comentaba. El estudiante debía adquirir un conjunto de técnicas para comprender el sentido de los textos y resolver las dudas. Los textos expresaban la visión de autores que eran fuentes de autoridad: ello constituía el centro de la enseñanza y no el examen del mundo físico.
En la disputa, mientras tanto, uno de los alumnos exponía y defendía una conclusión. Luego, dos o tres estudiantes objetaban sus argumentos. La defensa y la iompugnación de las conclusiones constituían ejercicios basados en la estructura del silogismo y obligaban a estudiar cada proposición en forma profunda.

Estudiantes, maestros y autoridades
La educación era una de las tareas fundamentales de los jesuitas. En Europa se ocupaban de formar a la nobleza y al clero y lo mismo se les encomienda en América. En Córdoba la función principal era formar al clerop para la diócesis del Tucumán. La universidad recibió, en sus comienzos, una cuantiosa donación por parte del obispo de la diócesis de Tucumán, fray Fernando de Trejo y Sanabria.


Fig: Estatua de Trejo y Sanabria, Obispo de la diócesis de Tucumán (Eugenia Guida)





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Los fondos para el sustento de la universidad, el Colegio de Montserrat (que albergaba a estudiantes provenientes de distintos sitios del territorio) y el noviciado jesuita, provenían de rentas que generaban las estancias y las propiedades urbanas de la compañía, de los derechos universitarios y propinas de los estudiantes [2].
Figuras: Obispo Trejo y Sanabria (Eugenia Guida) y Colegio de Montserrat (Eugenia Guida)
El control franciscano (pp 19-22)
En 1767, los jesuitas fueron expulsados de los dominios españolesd; el rol de sus instituciones educativas fue un factor no menor. Durante el siglo XVIII se producen reformas políticas en España, cuando los nuevos monarcas borbones ilustrados, conscientes en cierta medida del estado de anquilosamiento universitario, se proponen una reforma en el sistema universitario, para modificar los contenidos y fortalecer el poder real a expensas del eclesiástico y luchar contra la corrupción en los colegios mayores[3].
Esta reforma cobró especial impulso con Carlos III, que expulsó a los jesuitas, tratando de introducir estudios científicos, encontrando fuerte resistencia en las mismas universidades. Hacia finales del siglo XVIII, el temor de que las casas de estudio sirvieran como fermento de ideas revolucionarias, provocó un retroceso notable en los proyectos de transformación universitaria.
Figura: Córdoba: Catedral (Foto Eugenia Guida)
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En Córdoba, el fortalecimiento de la influencia regia en la Universidad se verificó, entre otros aspectos, por la designación del gobernador de Buenos Aires (¡) como principal autoridad y al virrey como vicepatrono. La monarquía pretendía reemplazar a los jesuitas por eclesiásticos seculares que no profesasen su doctrina. Pero en Córdoba, la mayor parte del clero se había formado con los jesuitas. El obispo sugirió entregar la enseñanza a los franciscanos. A partir de entonces, se inició una larga disputa entre los miembros del clero secular y los franciscanos por el control de la universidad, controversia que se prolongó hasta mediados del siglo XIX. La orientación política de la corona favorecía a los seculares, pero había dificultades, entre otras de tipo económico (los franciscanos trabajaban gratis). El debate ponía de manifiesto el estatus ambiguo de la universidad, pero también que la corona comenzaba a tener mayor influencia.
A fines del siglo XVII se agrega el estudio de la Jurisprudencia, pudiendo a partir de entonces otorgar títulos en Derecho Civil, además de los clásicos en Teología.
Pero los clérigos y los vecinos de la ciudad fueron denunciando el deterioro de la calidad de los estudios. Una real cédula de 1800 ordena crear una nueva universidad en Córdoba, lo cual recién se podrá llevar a cabo en 1808. El primer rector fue el Dean gregorio Funes, dando fin a la universidad anterior, separando a los franciscanos del gobierno y erigiendo una universidad mayor, con los privilegios de las universidades de este tipo que existían en España y América.
El movimiento de ideas. Las ciencias naturales (Buchbinder, pp 23)
El marco ideológico y doctrinario de lo sestudios impartidos en la Universidad de Córdoba era la escolástica. Si bien existían sectores religiosos que eran sensibles a los adelantos de la ciencia, los intentos de apertura eran tímidos y parciales, procurando incorporar las novedades al maarco más amplio de la escolástica, que seguía constituyendo el armazón de los estudios universitarios.
La Compañía de Jesús fue desde sus orígenes firme defensora de los derechos del papado y la ortodoxia religiosa. A lo largo del siglo XVIII, sucesivas reuniones en la congregación ratificaron la vigencia de Aristóteles y remarcan los aspectos condenables del cartesianismo. Ello indica que Descartes había penetrado bastante dentro de la orden y específicamente entre algunos catedráticos de la universidad, que estaban predispuestos a incorporar determinadas vertientes del pensamiento cartesiano, en particular las vinculadas con la ciencia experimental, aunque tratando de conciliar sus principios con los de la filosofía oficial. Se ha señalado que los jesuitas en Córdoba tendían a seguir a Manuel Maignan, un fraile y físico francés que había aceptado ideas de Descartes y Gassendi. También se habían incorpoarado la introducción de Newton, por parte de un jesuita de origen inglés: Thomas Falkner. También existió preocupación por incorporar la matemática a los estudios, para incorporar sus nociones a la física y a la geografía.
Los franciscanos siguieron con esta tendencia tibiamente modernizadora, de incorporar ideas resultantes de la revolución científica que había empezado en el siglo XVI. En este marco, la obra de fray Elías del Carmen es significativa, aunque siempre trataba de integrar a Descartes y Newton a la escolástica, asumiendo el problema de la conciliación entre dogma y ciencia, admitiendo la posibilidad de que ángeles y demonios incidieran en el desarrollo de los fenómenos físicos.


En definitiva, el pensamiento escolástico seguía poniendo límites a la transformación de la enseñanza. La presión conservadora provenía incluso de la sociedad. En 1801, el rector de la universidad Fray Pedro José Sullivan, se proponía comprar un laboratorio de física experimental, encontrándose con la férrea oposición de los miembros del Cabildo de la ciudad, que sostenían que la física no contribuía a la Teología. Aún el virrey apoyó al rector, pero la Ilustración, que aquí era sumamente moderada y no cuestionaba las bases de la religión ni de la corona, chocaba contra una valla en la propia sociedad.

La teología y las ideas políticas (pp 26-29)
Si bien en las ciencias naturales hubo cierta continuidad entre los jesuitas y los franciscanos, en la teología moral, vinculada con la política y el derecho, hubo una clara ruptura. En el siglo XVIII se habían fortalecido las ideas regalistas, justificando la supremacía del poder real sobre las diferentes corporaciones. Las tradiciones de los jesuitas en ese campo fueron un factor relevante para su expulsión de distintos Estados europeos.
La Compañía contaba con pensadores relevantes en teología política. Francisco Suárez sostenía que el origen de las sociedades radicaba en el consentimiento de las familias. Si bien aceptaba el origen divino del poder político, éste le era concedido para velar por el bien común de la sociedad y no lo recibía directamente de Dios, sijno que residía en la comunidad, por lo cual la obediencia era resultado de un acuerdo entre los hombres, un acto humano y no una institución divina. Aparentemente estas ideas formaban parte del Derecho Canónico, desde cuya cátedra se transmitía una visión pactista de los fundamentos de la autoridad política, autoridad que residía en la comunidad antes que en las personas.
Estas ideas se articulaban con el distema probabilístico creado por los dominicos: frente a una situación dudosa era lícito seguir una opinión probable, aunque la ley dudosa no generaba obligaciones y daba lugar a la libertad de conciencia.
La articulación del origen humano de la obediencia a la autoridad y la doctrina probabilística, permitían a los jesuitas aceptar el tiranicidio como una sentencia probable, cuando existían consentimiento de toda la comunidad política. El probabilismo era una idea jesuítica no compartida por otras órdenes y constituyó uno de los ejes de las críticas hacia los jesuitas. Uno de los objetivos de la reforma de la enseñanza superior que desarrolló la corona, era desterrar esa doctrina, afirmando posturas regalistas.
Estas ideas se enmarcaban en el resurgimiento del Derecho Romano, impulsado por las monarquías ilustradas del siglo XVIII, contrapuesto al derecho canónico y que sustentaba el origen divino del poder real. En Córdoba esas concepciones regalistas fueron difundidas por la cátedra de Derecho Civil, inspirada en las ideas del obispo de Meaux, Jacques Beningne Bossuet. Se condenaba el regicidio y se afirmaba que el poder se originaba directamente de Dios, quien lo transmitía al rey, éste no estaba obligado a rendir cuenta de sus actos. Al mismo tiempo, las doctrinas de los jesuitas eran consideradas por muchos como heréticas y sediciosas.

La sociedad (pág. 29)
La Universidad de Córdoba recibía alumnos de diversos puntos de sudamérica, favorecida por su situación geográfica. Todos pertenecían al sector privilegiado de la sociedad, es decir los españoles peninsulares o criollos. Estos estudiantes se dividían en grupos que vivían en ámbitos diferentes, generalmente en los colegios o seminarios: el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, el Seminario de Santa Catalina Virgen y Mártir, y el Colegio Real de Nuestra Señora de Montserrat. A ellos se sumaban los cordobeses que acudían a los claustros a recibir una ofrmación moral e intelectual de naturaleza religiosa. En los colegios residían aquellos que aspiraban al grado de doctor en Teología y consecuentemente al grado sacerdotal, ya sea como clérigos secualres o como miembros de la Compañía de Jesús. Todos estaban sometidos a una rigurosa disciplina que involucraba sus hábitos, vcestimentas y costumbres.
La sociedad estaba dividida en dos clases: la gente decente (los españoles) y las castas (constituídas por indígenas, mestizos, mulatos, africanos o esclavos). El acceso a la universidad estaba reservado a los primeros. Sin embargo, sobre todo en partes periféricas del imperio, muchas veces se admitía en la primera categoría a individuos que no eran españoles puros. Existía un sistema de movilidad social que favorecía a distintos sectores de las castas, favorecido por los Borbones, pero resistido por los españoles residentes. De modo que los mecanismos de segregación incluso siguieron operando durante toda la primera mitad del siglo XIX.
Los conocimientos impartidos en la universidad servían sobre todo para formar al clero, pero también para servir en la burocracia colonial, aunque los nombramientos no solamente dependían de la formación, sino que dependían de una red de favores, herencia, y hasta compra de cargos, aunque esta práctica fue dejándose de lado por la política centralista de los Borbones. Igualmente, el paso por la universidad era un mecanismo de ascenso social, aunque no fuera siempre decisivo para el ingreso a cargos en la burocracia.
La obligación de demostrar la pureza de sangre fue convirtiéndose hacia fines del período colonial en un requisito exclusivamente para entrar a la universidad y acceder a los títulos. Si bien la pureza fue siempre implícita, en 1786 se prohibió en forma explícita la graduación a los ilegítimos, debiendo documentarse.
“legitimidad i limpieza de sangre con la partida de fe de bautismo e información de un juez de lugar de su nacimiento” (pág. 32)
Aún en 1844, los miembros de la Universidad consiguieron que se prohibiera a los miembros de las casta ingresar a la Universidad. Como se ve, estas prácticas racistas fueron abandonadas muy tardíamente.
Fig: Univesidad de Córdoba (Claustros)
(Foto: Eugenia Guida)


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La Universidad durante el siglo XIX (pág. 33)
Una de las primeras tareas que asumió el deán Funes como autoridad fue la reforma de sus planes de estudio, profundizando la tendencia renovadora del siglo XVIII, aunque se ponía en evidencia la dificultad para romper con los moldes escolásticos y la impronta religiosa. Incorporó las matemáticas y las lenguas modernas, reduciendo la metafísica. Si bien reconocía ‘el valor de la teología escolástica’ para la causa de la religión, reconocía que se había abusado y se había caído en frivolidades. No debía eliminarse el moderado uso de la forma silogística, pero sin convertirse en un ‘abuso sofístico, ridículo, incivil y perjudicial’. Recomendaba introducir el derecho natural y la retórica.
Con la Independencia, se registra un período de decadencia en el número de estudiantes, en parte porque entra en crisis la necesidad de jerarquías burocráicas, tanto laicas como eclesiásticas, mientras que en la consideración de las élites estos oficios fueron reemplazados por la carrera militar. A partir de 1820, con la caída del gobierno central, del que por entonces dependía, la universidad pasó a la provincia de Córdoba. Las guerras determinaron también una merma en los ingresos de la institución, que se sumaron al creciente proceso de deterioro, que prosiguió durante el período rosista, con las dos carreras tradicionales de Teología y Derecho, y con los planes del Dean Funes que no habían podido superar el escolasticismo.
Luego de Caseros la UC y el Colegio de Montserrat pasan a la Nación. En 1863, bajo influencia de Mitre se comienzan a designar profesores por concurso de oposición, luego se suspende la Facultad de Teología y los estudios de Derecho fueron modernizados, reemplazando el derecho natural por el derecho civil argentino. De esta manera, los estudios de la universidad abandonana la armazón escolástica en forma definitiva. A finales de la misma década se propone agregar estudios en ciencias exactas y naturales, interviniendo desde el Estado Avellaneda y Sarmiento, en un ensayo para modificar la naturaleza de la enseñanza impartida. Con diversos vaivenes, se fueron articulando carreras de agrimensura, ingeniería y arquitectura, más tarde de Ciencias Médicas y Humanidades, iniciativas que reforzaban una importante característica que asumiría con vigor la universidad argentina de finales del siglo XIX: su orientación profesionalista.
Así la universidad se contruía sobre la base de la existencia, en realidad, de tres grandes escuelas profesionales orientadas a la formación de médicos, de abogados y de ingenieros y arquitectos.
A comienzos de la década de 1880, la universidad sufre el embate p 38 de los grupos liberales ortodoxos que avanzaron sobre prerrogativas de la Iglesia, en un proceso de secularización de la política y la educación, en el cual participaron muchos de origen cordobés, como Juárez Celman (presidente 1886-1990) y Ramón Cárcano.
Cárcano era en 1884 una de las figuras centrales del liberalismo. Al terminar su brillante carrera había sido designado profesor de Derecho Comercial en la facultad. Apoyaba la candidatura de Julio A. Roca y defendía el matrimonio civil, la separación de la Iglesia y el estado y la enseñanza laica. Su tesis doctoral defendía la igualdad de derechos civiles entre los hijos “naturales, adulterinos, incestuosos y sacrílegos”. Afirmaba la libertad de pensamiento y de conciencia. La tesis fue rechazada en la primera presentación por oponerse a las doctrinas de la Iglesia, pero el Consejo Académica, con el respaldo del padrino de tesis, Miguel Juárez Celman, recientemente nombrado gobernador, la aprobó. El vicario de la ciudad, monseñor Jerónimo Clara, condenó esta decisión y prohibió leer la tesis. Al mismo tiempo, cuestiona la creación de una escuela normal conducida por maestras protestantes y el avance de la prensa liberal. El gobierno nacional suspende al vicario y destituye a tres profesores que se habían solidarizado con el vicarfio. La Asociación Católica de Buenos Aires condenó a las autoridades. Este movimiento llevó luego a la expulsión de José Manuel Estrada, profesor de la Facultad de abogacía de la Universidad de Buenos Aires. Cárcano, mientras tanto, adquirió una enorme popularidad por estos episodios.
La división entre católicos y liberales se acentuió progresivamente en Córdoba, dividiendo a los políticos, los profesores y los estudiantes. La tesis cuestionaba una tradición en la que las normas jurídicas habían estado impregnadas por principios teologicos. Córdoba no podía permanecer al margen del proceso de secularización. Aunque Buenos Aires había desplazado a Córdoba como principal centro universitario en la década de los 80, seguía siendo importante. El peso de los hombres de Córdoba era importante y había que atender a su formación. Era evidente que el cerrado predomionio de la tradición católica más ortodoxa e intolerante había quedado resquebrajada en los 80, profundizando la separación de la iglesia y la universidad, aunque la impronta religiosa siguió siendo un rasgo de la universidad cordobesa. Otro destacado liberal presentó su tesis después de la de Cárcano y se la envió al vicario, rogándole que tuviese la “caridad de condenarla con una enérgica pastoral”.

[1] Ratio studiorum. Ratio atque Institutio Studiorum Societatis Jesu. Auctoritate Septimae Congregationis Generalis aucta. Antverpiae apud Joan. Meursium. Publicada originalmente en Roma en 1616. Puede encontrarse completa en versión digital en:

[2] Propinas. Eran sumas que los estudiantes debían pagar cuando deseaban obtener los títulos y distribuir entre los doctores, maestros y bachilleres que asistieran a las graduación.

[3] Colegios mayores. Históricamente son instituciones educativas españolas heredadas del medioevo, durante mucho tiempo controladas por la Iglesia; así fue como llegaron a América. Si bien podían dar alojamiento, la función educativa estaba incluída. Se suele asociar preferentemente con estudiantes de escasos recursos, pero no hijos de mendigos, ni de bajo nacimiento, ni de “infectas castas”, ni “ensuciados con oficios viles”, sino a los pobres nobles y honrados, “pues cabe ser pobre un hijo tercero de un grande de España, por no tener mayorazgo, ni renta correspondiente a su calidad”. En los Colegios Mayores no se admitía ningún estudiante procedente de raza judía, sarraceno o converso. Los colegiales tenían que acreditar ser hijos de legítimo matrimonio, descendientes de cristianos viejos y limpios, que gozasen de buena fama y costumbres y que no hubiese sido condenados ni penitenciados. Todo este riguroso proceso de admisión se fue atemperando poco a poco hasta que dos siglos más tarde, en tiempos de Carlos III, llegó a ser sustituido por una información sumaria de cinco testigos. En América se fundaron para la educación de los hijos de los españoles, sin embargo en Perú también se crearon colegios para la elite Inca. En estos colegios los indígenas eran introducidos al castellano, se les adoctrinaba y se les impartía conocimientos básicos de cálculo, retórica, escritura y canto. La supresión de los Colegios Mayores universitarios, ocurrida en el reinado de Carlos IV, poco tiempo después de la supresión de la Compañía de Jesús, tuvo como causa inmediata las rencillas entre diversos cuerpos sociales del antiguo régimen. La burguesía, fuerza social ascendente, intentó en España, aunque en un grado menos virulento que en Europa, reformar los Colegios Mayores, revitalizarlos y arrancar de ellos el control de la Iglesia. Disuelta la Compañía de Jesús y fracasada la reforma de Carlos III, los Colegios Mayores fueron suprimidos por su sucesor: Sobre el tema véase: http://www.opuslibros.org/libros/Santa_mafia/capitulo_II_5.htm
Los Colegios Mayores actualmente son centros de servicio estudiantil asociados a las universidades e institutos educativos de enseñanza superior, promoviendo la formación cultural y científica de los estudiantes. Generalmente, además de alojamiento, brindan servicio de comida y lavado de ropa. La mayoría cuenta, además, con instalaciones como canchas deportivas, bibliotecas y salas de esparcimiento. La oferta de Colegios Mayores es amplia y variada: algunos son específicos según sexo y otros pueden ser mixtos. Permiten convivir con otros jóvenes estudiantes, y al estar asociados a las principales universidades, cuentan con el respaldo institucional del centro educativo.