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HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Seminario optativo de la Maestría en Educación Universitaria
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04 octubre, 2007

ALBERDI: INMIGRACIÓN


“De la inmigración como medio de progreso y de cultura para la América del Sud. Medios de fomentar la inmigración. Tratados extranjeros. La inmigración espontánea y no artificial. Tolerancia religiosa. Ferrocarriles. Franquicias. Libre navegación fluvial” [1]
En: Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina
Juan Bautista Alberdi.
Figura: Alberdi en su madurez, Tomado de:
¿En qué forma vendrá en lo futuro el espíritu vivificante de la civilización europea a nuestro suelo? Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envíe. Cada europeo que viene a nuestras playas nos trae más civilización en sus hábitos que luego comunica a nuestros habitantes, que muchos libros de filosofía.
¿Queremos que los hábitos de orden, de disciplina y de industria prevalezcan en nuestra América? Llenémosla de gente que posea esos hábitos. Este es el medio único de que América, hoy desierta, llegue a ser un mundo opulento en poco tiempo. Si queremos ver agrandados nuestros Estados en corto tiempo, traigamos de fuera sus elementos ya formados y preparados.
Aviso importante a los hombres de Estado sudamericanos: las escuelas primarias, los liceos, las universidades, son por sí solos, pobrísimos medios de adelanto, sin las grandes empresas de producción, hijas de las grandes porciones de hombres.
Se hace este argumento: educando a nuestras masas, tendremos orden; teniendo orden vendrá la población de afuera. No tendréis orden ni educación popular sino por el influjo de masas introducidas con hábitos arraigados de ese orden y buena educación.
¿Cómo conseguir todo esto?
Tratados extranjeros. Firmad tratados con el extranjero en que deis garantías de que sus derechos naturales de propiedad, de libertad civil, de seguridad, de adquisición y de tránsito les serán respetados. Esos tratados serán la más bella parte de la Constitución; la parte exterior, que es la llave del progreso.
Plan de inmigración. La inmigración espontánea es la verdadera y grande inmigración. Nuestros gobiernos deben provocarla, por el sistema grande, largo y desinteresado, por la libertad prodigada por franquicias que hagan olvidar su condición de extranjero, persuadiéndolo de que habita su patria; facilitando, sin medida ni regla, todas las miras legítimas, todas las tendencias útiles.
Tolerancia religiosa. Si queréis pobladores morales, y religiosos, no fomentéis el ateísmo. Si queréis familias que formen las costumbres privadas, respetad su altar a cada creencia. La América española, reducida al catolicismo con exclusión de otro culto, representa un solitario y silencioso convento de monjes. El dilema es fatal: o católica exclusivamente y despoblada; o poblada y próspera, y tolerante en materia de religión.
Inmigración mediterránea. Hasta aquí la inmigración europea ha quedado en los pueblos de la costa y de ahí la superioridad del litoral de América, en cultura, sobre los pueblos de tierra adentro. El medio más eficaz de elevar la capacidad y cultura de nuestros pueblos de situación mediterránea a la altura y capacidad de las ciudades marítimas es aproximarlos a la costa, mediante un sistema de vías de transporte grande y liberal, que los ponga al alcance de la acción civilizadora de Europa.
Los grandes medios de introducir Europa en los países interiores son el ferrocarril, la libre navegación interior y la libertad comercial. La riqueza, como la población, como la cultura, es imposible donde los medios de comunicación son difíciles, pequeños y costosos.
Ferrocarriles. Es preciso traer las capitales a las costas, o bien llevar el litoral al interior del continente. El ferrocarril y el telégrafo, que con la supresión del espacio, obran. El ferrocarril innova, reforma y cambia las cosas más difíciles, sin decretos ni asonadas.
Sin el ferrocarril, no tendréis unidad política en países donde la distancia hace imposible la acción del poder central. La unidad política debe empezar por la unidad territorial, y sólo el ferrocarril puede hacer de los parajes separados por quinientas leguas un paraje único.
Franquicias y privilegios. Proteged al mismo tiempo empresas particulares para la construcción de ferrocarriles. Colmadlas de ventajas, de privilegios, de todo el favor imaginable, sin deteneros en medios. Los caminos de fierro son en este siglo lo que los conventos eran en la Edad Media; cada época tiene sus agentes de cultura.
Dejad que los tesoros como los hombres de afuera se domicilien en nuestro suelo. Rodead de inmunidad y de privilegios el tesoro extranjero para que se naturalice entre nosotros. Esta América necesita de capitales tanto como de población. El inmigrante sin dinero es un soldado sin armas.
Navegación interior. Los grandes ríos son otro medio de internar la acción civilizadora de Europa. Pero los ríos que no navegan son como si no existieran. Es necesario entregarlos a la ley de los mares, es decir a la libertad absoluta. No más exclusivismo en nombre de la patria.
Nuevos destinos de la América mediterránea. Los Estados no se han hecho para las aduanas, sino éstas para los Estados. Si queréis que el comercio pueble nuestros desiertos, no matéis el tráfico con las aduanas interiores. La aduana es la prohibición; es un impuesto que debiera borrarse de las rentas sudamericanas. Es un impuesto que gravita sobre la civilización y el progreso de estos países, cuyos elementos le vienen de afuera.
No temáis tampoco que la nacionalidad se comprometa por la acumulación de extranjeros, ni que desaparezca el tipo nacional. Mucha sangre extranjera ha corrido en defensa de la independencia americana. No temáis, pues, a la confusión de razas y de lenguas. El emigrado es como el colono: deja la madre patria por la patria de su adopción.
Abrir sus puertas de par en par a la entrada majestuosa del mundo; sin discutir si es por concesión o por derecho.

[1] Selección de textos: Noelia Carena

ORDEN CONSERVADOR: Democracia y minorías


BOTANA, Natalio R. (1985): El Orden Conservador. La Política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires: Hyspamerica, Biblioteca argentina de Historia y Política. (Resumen para uso de la cátedra. En este texto ha colaborado la alumna Analía Rossi)
Figura: Juan Bautista Alberdi (Tomada de www.larramendi.es)
Palabras claves: Botana, orden conservador, Alberdi, fórmula prescriptiva, democracia, democracia madisoniana, Madison, Tocqueville, liberalismo.

Natalio Botana encabeza una conocida familia conservadora de nuestro país, dedicada históricamente al periodismo. Interviene en el golpe de Uriburu (Ver: Irigoyen pág 368)
Hacia 1880 tres batallas sangrientas conmovieron a Bs As. Ellas son la culminación de un viejo conflicto, que se resuelve a través de la guerra. Bs As, federalizada fue Capital de la República. Poco tiempo después Julio A. Roca ascendía a la Presidencia. Treinta años más tarde Roque Sáez Peña ponía en marcha una reforma política que culminaría en 1916. El libro abarca este período. La ‘fórmula alberdiana’ tradujo en 1880 una concepción del orden político y a partir de una meditación crítica sobre ella se diseña la fórmula política que otorga sentido a la relación de mando y obediencia. Durante este período se produce un cambio espectacular en economía, población y cultura. Los grupos dirigentes, escépticos y conservadores en el campo político, fueron liberales y progresistas ante la sociedad que se ponía en movimiento, El liberalismo fue para ellos un sistema de convivencia deseable, que pareció compatible con una actitud resueltamente conservadora… Había que transformar el país pero desde arriba, sin tolerar que el alud migratorio arrancara de las manos patricias el poder. Su propósito fue desde entonces deslindar lo político de lo económico, acentuando en este último campo el espíritu renovador en tanto se contenía en el primero todo intento de evolución.
La combinación de conservadorismo y liberalismo generó actitudes muchas veces contradictorias. La élite transformadora no aprobó la existencia de un orden social sancionado por una religión establecida, pero estaba convencida de la desigualdad que imperaba en la sociedad. Le fue indiferente la arquitectura jerárquica y corporativa del antiguo régimen, pero defendió el control del poder político en manos de una clase social que se confundía con el patriciado y la aristocracia. Creyó en la propiedad. Jamás dudó del progreso y de su virtud para erradicar la sociedad tradicional. Confió en la educación pública común y gratuita para ganar la carrera que le proponía la civilización ascendente.
Se dio importancia al control de la sucesión política, imponiendo los cargos ejecutivos más altos – presidentes, gobernadores y senadores – sobre los opositores. Este fenómeno de control se concentró en la producción del sufragio mediante el fraude.
El momento alberdiano cristalizó en la autoridad de Roca. Luego ocuparían el primer plano los reformadores: Roque Sáenz Peña, Indalecio Gómez, Joaquín V. González y Pellegrini.
La reforma que se perseguía tenía límites: el más importante era la necesidad de conservar el poder.


LA REPÚBLICA POSIBLE
BOTANA, Natalio R. (1985): La república posible, en: El Orden Conservador. La Política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires: Hyspamerica, Biblioteca argentina de Historia y Política, pag 40-64

La estructura institucional de un régimen alberga una realidad más profunda: la del poder. Este haz de relaciones de control se asienta sobre una constelación de intereses y valores de distintos grupos que pretenden gobernar al resto.
Hay una operación consistente en traducir aquella madeja de intereses y valores en una creencia compartida, que haga las veces de norma habitual para regular las relaciones de poder. Esa operación atraviesa un camino histórico que puede dividirse en dos tramos analíticos.
Primero debe consagrarse una fórmula prescriptiva o principio de legitimidad que:
busca satisfacer ciertas ideas acerca del régimen mejor adaptado a una doctrina de la libertad o de la justicia
pretende gratificar intereses materiales reivindicados por grupos y clases sociales.

Segundo tramo: Los actores procuran traducir las fórmulas prescriptivas en:
una creencia compartida con respecto a la estructura institucional del régimen
y en un acuerdo acerca de las reglas de sucesión

De esta serie de acciones puede resultar una fórmula operativa o sistema de legitimidad que vincula las expectativas, valores e intereses de los actores con las instituciones del régimen y las reglas de sucesión. Creencia y acuerdo son dos conceptos analíticos que calificarían el proceso de legitimación al cual parecen sometidas las formas históricas de los regímenes políticos. Esta perspectiva guía este libro, con el objetivo de observar un régimen político como un orden de dominación donde algunos pueden fijar metas, elegir medios y alternativas, adjudicar recompensas y sanciones.


ALBERDI Y SU FÓRMULA PRESCRIPTIVA


BOTANA, Natalio R. (1985): Ibídem, en “El orden conservador”, Biblioteca Argentina de Historia y Política, Bs.As.: Ed. Hyspamérica, pp 42-49 (Resumen: Analía Leila Rossi, supervisado por la cátedra)

Desde la independencia, los criollos que asumieron la conducción de las antiguas colonias españolas enfrentaron la grave contradicción entre el principio de legitimidad de la monarquía hereditaria y el principio de legitimidad de la república electiva. Al quebrarse los vínculos con la corona española los grupos dirigentes asumieron la tarea de construir una legitimidad de reemplazo. Las clases y grupos dominantes tenían un gran problema, ya que la caída del poder colonial, la carencia de fórmulas de reemplazo podía conducir a la anarquía o a la disolución política, lo que implicaba el ocaso de su poder y prestigio.
Juan Bautista Alberdi fue el autor de una fórmula prescriptiva que gozó del beneficio de alcanzar una traducción institucional sancionada por el Congreso Constituyente en 1853. Lo significativo de esta fórmula fue su perdurabilidad sobre las vicisitudes de la guerra interna entre Bs. As. y la Confederación, las impugnaciones posteriores provenientes de muchas provincias del interior y la resistencia de la misma.
Esta fórmula prescriptiva tiene la particularidad de justificar un régimen político en cuanto hace al origen del poder y a su programa futuro. Alberdi sostuvo que los argentinos debían darse una constitución para realizar un determinado proyecto. Este programa se proyecta sobre campos de acción específicos como: la inmigración, la construcción de ferrocarriles y canales navegables, la colonización de tierras de propiedad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas industrias, la importación de capitales extranjeros y la exploración de los ríos interiores. Para alcanzar estos fines Alberdi tuvo la intención de provocar un trasplante cultural. Rechazó una cultura tradicional, la cultura hispánica que impide el cambio y la innovación y opta por el modelo de aquellos países europeos que ya se hallaban en trance de edificar una sociedad industrial que libere al hombre de la servidumbre de la naturaleza. Un cambio de tal envergadura no puede llevarse a cabo si no es inyectando desde afuera, en una cultura –según él históricamente terminada – nuevos fermentos de población y de riqueza que sean portadores de esos valores.
La población es el agente privilegiado del cambio cultural, pero no es el único. El ferrocarril y el vapor, las industrias y los capitales, que se han desarrollado y acumulado en otras naciones, son los agentes complementarios e imprescindibles.

El medio seleccionado para alcanzar estas metas es el régimen político. La elección de los gobernantes y las garantías otorgadas a los gobernados procuran conciliar los valores igualitarios de una república abierta a todos, con los valores jerárquicos de una república restrictiva, circunscripta a unos pocos. Esta fórmula se funda en una capacidad de decisión dominante para el poder político central; otorga el ejercicio del gobierno a una minoría privilegiada; limita la participación política del resto de la población; y asegura a todos los habitantes, sin distinción de nacionalidad, el máximo de garantías en orden a su actividad civil.
A Alberdi lo preocupaba organizar un poder central, fuerte para controlar los poderes locales y suficientemente flexible para incorporar a los antiguos gobernadores de provincia a una unidad política más vasta. La fusión entre dos tendencias contradictorias en la historia nacional, la centralización y la descentralización, pone sobre el tapete la idea que se forjaba Alberdi de la organización federal, pragmática.
No hay una ruptura definitiva con un orden tradicional, esto vendrá después cuando la población nueva, la industria y la riqueza, den por tierra a la cultura antigua. Mientras tanto, emergerá un papel político inédito que habrá de integrar lo nuevo y lo viejo: el control racional de la ley y los símbolos de dominio y soberanía quebrados desde los tiempos de la independencia.
En la fórmula alberdiana el presidente materializa el poder central, pero no detenta todo el poder ni tampoco ejerce un dominio irresponsable sobre la sociedad. El gobierno responsable deriva de la legitimidad del presidente investido por una constitución.
Es una mejora que la severidad sea ejercida por la constitución y no por la voluntad de un hombre. El gobernante elegido por el voto del país debe ser respetado como a la persona pública del Presidente de la Nación, porque el respeto al presidente no es más que el respeto a la constitución.
La constitución de la Federación Argentina tiene por objeto establecer una república no tiránica. Impedir la tiranía es la finalidad básica del gobierno republicano. Es preciso prevenir la tendencia a la corrupción y encuadrar dentro de los límites temporales precisos, otorgando a magistraturas diferentes la tarea de legislar, ejecutar y sancionar.
En términos prácticos el problema se expresaba así:

“¿Cómo realizar una organización constitucional que abrace y concilie las libertades de cada provincia y las prerrogativas de toda la nación y de hecho permita a los gobiernos que deben aceptarla la continuación en el mando de sus provincias?” (Bases, XVII 113)

Este argumento deja entrever una tensión entre la necesidad de encontrar una fórmula de reducción a la unidad y por otra el acuerdo que conviene establecer con aquellos que detentan posiciones de poder:

“Es preciso que el nuevo régimen contenga algo del antiguo” (Bases XXVII: 210)
Es la fusión entre dos tendencias contradictorias en la historia nacional, la centralización y la descentralización. Para Alberdi, Federación evoca un medio para alcanzar la unidad del régimen, ya que la unidad pura fracasó. De allí deriva el carácter mixto del gobierno consolidable en la unidad de un régimen, pero no indivisible (como quería el congreso de 1826) sino divisible y dividido en gobiernos provinciales. Todos limitados por la ley federal de la República.
Este gobierno mixto, que expresa el término federación, retoma rasgos esenciales trazados por la costumbre en las culturas de América del Sur. No hay ruptura definitiva con un orden tradicional; esa ruptura vendrá después, cuando la población nueva, la industria y la riqueza den por tierra con la cultura antigua. Mientras tanto, a medida que la transición se pone en marcha, es preciso reorientar las expectativas de obediencia hacia un nuevo centro de poder.
Se propone un papel político inédito que habrá de integrar lo nuevo y lo viejo: el control racional de la ley y los símbolos de dominio y soberanía. Es el papel del presidente. La figura monárquica reaparece bajo la faz republicana. Como decía Bolívar:
“Los nuevos Estados de la América antes española necesitan reyes con nombre de presidente”

La fórmula de Alberdi retoma esta idea de Bolívar. El presidente adquiere legitimidad no intrínsecamente, sino en razón del cargo, de su rol institucional.
La distinción entre el rol y el ocupante es tajante. Con ello Alberdi adecua a nuestra nación una argumentación trazada en los debates de Filadelfia, que se suele llamar ‘democracia madisoniana’ (teoría política de James Madison)[1].
Este argumento podría resumirse en la propuesta:
La constitución de la Federación Argentina tiene por objeto establecer una república no tiránica.
Impedir la tiranía es la finalidad básica del gobierno republicano. Para evitar el despotismo debe encuadrarse el gobierno dentro de límites temporales precisos y otorgar a magistraturas diferentes la tarea de legislar, ejecutar y sancionar.

Libertad política para pocos y libertad civil para todos. Alberdi defiende la forma de la representación para que la legitimidad del gobernante provenga del pueblo. Pero se trataba de un ‘pueblo chico’: los que saben elegir:
“La inteligencia y fidelidad en el ejercicio de todo poder depende de la calidad de las personas elegidas para su depósito; y la calidad de los elegidos tiene estrecha dependencia de la calidad de los electores. El sistema electoral es la llave del gobierno representativo. Elegir es discernir y deliberar. La ignorancia no discierne, busca un tribuno y toma un tirano. La miseria no delibera, se vende. Alejar el sufragio de manos de la ignorancia y de la indigencia es asegurar la pureza y acierto de su ejercicio”
Alberdi: Derecho Público Provincial, Bs As. UBA, 1956 (Botana pag 52)

Algunos están habilitados para intervenir en el gobierno; la mayoría sólo tiene derecho al ejercicio de la libertad civil.
“Repito que estoy libre del fanatismo inexperto, cuando no hipócrita, que pide libertades políticas a manos llenas para pueblos que sólo saben emplearlas en crear a sus tiranos. Pero deseo abundantísimas las libertades civiles o económicas de adquirir, enajenar, trabajar, navegar, comerciar, transitar y ejercer toda industria, porque veo en nuestro pueblo la aptitud conveniente para practicarlas. Son practicables, porque son accesibles al extranjero que trae su inteligencia; y son las más fecundas, porque son las llamadas a poblar, enriquecer y civilizar a estos países”
J.B. Alberdi: Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina, (Botana, pág. 52)
La fórmula alberdiana prescribe la coexistencia de dos tipos de república federativa: la república abierta y la república restrictiva. La primera estaría regida por la libertad civil, aunque no controla sus actos de gobierno ni interviene en la designación de los gobernantes. La república restrictiva es el trasfondo de un núcleo político capacitado para hacer gobierno y ejercer control, un espacio cuyos miembros se controlan a sí mismos y a la vez controlan el contorno.

Alberdi y Tocqueville: la libertad frente al riesgo de la igualdad
Es la vieja distinción entre habitante y ciudadano que desde los tiempos de Rousseau interrogaba al pensamiento político. Los que procuraron fundar Estados después de las revoluciones de Francia y EEUU advertían que el reino de la libertad política y económica podía sufrir la erosión de un movimiento súbito e irresistible: el movimiento de la igualdad.
Alberdi no prestó suficiente atención a este fenómeno, pero realizó una tajante división entre habitante y ciudadano.
Otros pensadores, que también provenían del tronco conservador, se percataron que todo el edificio republicano podía temblar en sus cimientos a medida que un aumento histórico de la igualdad social diera por tierra con las antiguas distinciones entre ciudadano y habitante. Esta realidad emergente fue la que deslumbró a Alexis de Tocqueville. [2]
Tocqueville sostiene que la democracia equivale a la igualdad, no significando como tal un régimen político sino un estado de naturaleza social que anuncia el ocaso de la dominación aristocrática, por lo que le produce miedo. En la introducción de ‘La democracia en América’ dice que el libro ha sido escrito bajo la impresión de una especie de terror religioso producido … al vislumbrar esta revolución irresistible que camina desde hace tantos siglos, a través de todos los obstáculos, y que se ve aún hoy avanzar en medio de las ruinas que ha causado” (p 56)
En una sociedad igualitaria la libertad corre grave peligro de desaparecer pues la realidad que se impone es la de un Estado que tiene que lidiar con individuos o grupos. Para Tocqueville hay 3 medidas que permitirían preservar la libertad en una sociedad igualitaria: descentralización federal, asociación voluntaria y moderación electoral (voto indirecto).
La diferencia entre Alberdi y Tocqueville es que el primero excluye muchos ciudadanos de la libertad política, mientras que Tocqueville los separa de la decisión directa de elegir: el sufragio indirecto es un sistema electoral que robustece la calidad de los gobernantes.
Tocqueville descubre que las instituciones políticas y la sociedad igualitaria permanecían en una crítica confrontación. Alberdi instala las instituciones sobre una severa distinción de rangos: votarán los de arriba, los educados y los ricos, no los ignorantes y los pobres. El acto de representación exige prudencia y sabiduría y plantea un dilema: o se universaliza la ciencia y el arte del gobierno o bien, mientras tanto, la responsabilidad de manejar la suerte de todos, debe quedar en un pequeño número de privilegiados.


[1] Democracia madisoniana. Es aquélla que se define por el respeto de las minorías. Es una democracia que no se define como el poder omnímodo de la mayoría, sino como el compromiso constitucional y cultural con la garantía de los derechos intangibles de las minorías, lo cual implica un conjunto de limitaciones institucionales y sociales a la soberanía mayoritaria. James Madison había señalado que tan peligrosa para la república es la minoría detentadora del poder, como la mayoría que lo ejerce sin límites. (ver Chinchilla)


[2] Alexis de Tocqueville, en la misma línea que otros pensadores liberales, prevenía contra el ilimitado “poder moral de la mayoría sobre el pensamiento”, como el mayor peligro de este sistema de gobierno: [13]“el mayor peligro de las repúblicas americanas reside en la omnipotencia de la mayoría”.