Ricardo Piglia y el asesinato de Urquiza.
Las actas del juicio es un relato de carácter histórico de Ricardo Piglia, publicado en diversas recopilaciones del autor, como en ‘La invasión’ y posteriormente en ‘Nombre Falso’. Es una narración en primera persona del presunto asesino de Urquiza – Robustiano Vega – que declara ante el juez, aunque las intervenciones de éste quedan implícitas, dejando espacios en blanco (recurso del ‘interlocutor en ausencia’).
Según Ágnes Cselik es el cuento más citado por la crítica y se lo considera “el paraíso perdido de la vieja violencia, sin despropósitos, los tiempos turbulentos que suceden al Tirano, que asientan la República , la gente mata y muere con esa finalidad concreta y dulce y gloriosa. Se trata de la confesión de un soldado que mató a su General, el cual había regalado las mejores tierras de Entre Ríos a sus oficiales de confianza y con el resto se quedó él, por eso los soldados se quedaron sin propiedad alguna. El General le prohibió a la tropa llevar a sus mujeres a las andadas, mientras que él siempre tenía una a su lado y, si le gustaba la mujer de otro, se la quitaba, si era necesario matando a su propio soldado para conseguir lo que quería. Se quedaba con las tierras de las viudas, llevaba sus tropas a pelear contra los paraguayos que nunca les habían hecho nada, hizo que los soldados lancearan en seco a los desertores, igual que a indios, o hizo meter a un soldado en el cepo nada más por plantear una pregunta. El narrador es un soldado sencillo que tampoco entiende bien los motivos de sus propios actos. Es un gran admirador del General y, según confiesa, le mató para evitar sus sufrimientos posteriores, porque el General se hizo viejo y perdió el respeto de la tropa. No se trata de una revolución planteada, de asentar una república, se sobreentiende que la tropa que se quedó sin General está dispuesta a aceptar las órdenes de otro militar de mano dura. (Comentario tomado de Ágnes Cselik, en ‘El secreto del prisma. La ciudad ausente de Ricardo Piglia' (Budapest) en www.akademiaikiado.hu/download.php?obj_id=21360
Las actas del juicio
En la ciudad de Concepción del Uruguay, a los diez y siete días del mes de agosto de mil ochocientos setenta y uno, el señor juez en primera instancia en lo criminal, doctor Sebastián J. Mendiburu, acompañado de mí el infrascripto secretario de Actas se constituyó en la Sala Central del Juzgado Municipal a tomarle declaración como testigo en esta causa al acusado Robustiano Vega, el que previo el juramento de decir verdad de todo lo que supiere y le fuere preguntado, lo fue al tenor siguiente:
Lo que ustedes no saben es que ya estaba muerto desde antes. Por eso yo quiero contar todo desde el principio, para que no se piense que ando arrepentido de lo que hice, que una cosa es la tristeza y otra distinta el arrepentimiento, y lo que yo hice ya estaba hecho y no fue más que un favor, algo que sólo se hace para aliviar, algo que no le importa a nadie. Ni al General.
Porque para nosotros estaba muerto desde antes. Eso ustedes no lo saben y ahora arman este bochinche y andan diciendo que en los Bajos de Toledo tuvimos miedo. Que lo hicimos por miedo. A nosotros decirnos que fue por miedo a pelear. A nosotros, que lo corrimos a don Juan Manuel y a Oribe y a Lavalle y al manco Paz. A nosotros que estuvimos, aquella tarde, en Cepeda, cuando el General nos juntó a todos los del Quinto en una lomada y el sol le pegaba de frente, iluminándolo, y dijo que si los porteños eran mil alcanzaba con quinientos. "Porque con la mitad de mis entrerriano …
Lo que ustedes no saben es que ya estaba muerto desde antes. Por eso yo quiero contar todo desde el principio, para que no se piense que ando arrepentido de lo que hice, que una cosa es la tristeza y otra distinta el arrepentimiento, y lo que yo hice ya estaba hecho y no fue más que un favor, algo que sólo se hace para aliviar, algo que no le importa a nadie. Ni al General.
Porque para nosotros estaba muerto desde antes. Eso ustedes no lo saben y ahora arman este bochinche y andan diciendo que en los Bajos de Toledo tuvimos miedo. Que lo hicimos por miedo. A nosotros decirnos que fue por miedo a pelear. A nosotros, que lo corrimos a don Juan Manuel y a Oribe y a Lavalle y al manco Paz. A nosotros que estuvimos, aquella tarde, en Cepeda, cuando el General nos juntó a todos los del Quinto en una lomada y el sol le pegaba de frente, iluminándolo, y dijo que si los porteños eran mil alcanzaba con quinientos. "Porque con la mitad de mis entrerriano …
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